viernes, 7 de marzo de 2008

Valencia, ciudad de los regalos, ciudad de las bulas


Todo lo hace Valencia, todo lo quiere: Visita del Papa, Nueva Copa América, Ampliación del Puerto Mercantil, Circuito de Fórmula Uno, Fallas que duran un mes... Todo es derroche y color en la ciudad donde no se nos caen los anillos a la hora de darle (del bolsillo de todas!!) 25 millones de euros a un multimillonario para que dé premiso para traer unos coches de colores a petardear por las calles cuyo matenimiento pagamos y sufrimos todas. Es más, el Gobierno valenciano ha eximido al circuito de F-1 (que también pagamos todas: 20 millones de euros) de licencias urbanísticas y medioambientales. Es decir, que los de la Fórmula 1 pueden hacer lo que quieran y cuando quieran. Vía libre. Además, gratis.

Pero claro, es que esta ciudad ya está acostumbrada, plegada y sometida al abuso de unos pocos, lleva años entrenándose. Durante veinte días (y cada año se alarga un poco más), el colectivo falleril podrá cortar calles, colgar las luces de las fachadas, desviar el tráfico rodado, desplegar enormes jaimas de plástico, maltratar el arbolado urbano, emitir ruido por las noches por encima los límites legales, quemar gigantescas masas de poliuretano, bombardear con petardos cada segundo del día, neutralizar los servicios públicos de seguridad, emergencia y limpieza... Pero luego quien causa los problemas de esta ciudad son los subsaharianos que dormían en el Turia. No nos fastidien.



El prisionero de la torre (publicado en el diario Levante el 7 de marzo de 2008)

Néstor Ramírez


Son quiénes mandan en la ciudad de Valencia y lo hacen desde hace tiempo. En otros lugares llevan la voz cantante la burguesía, los sindicatos, la patronal, los comerciantes, los políticos o cualesquiera otros grupos de presión, pero aquí son ellos. Ya lo eran durante la dictadura. Incluso en los años en que Franco dio todo el poder a la Iglesia a cambio de que le permitieran entrar bajo palio en las catedrales, quiénes mandan pudieron con el Arzobispo que pretendía cambiar de fechas la fiesta de las fallas para que el bullicio y la jarana no coincidieran, como por cierto coinciden este año, con la Semana Santa. Y esos que mandan son, ya se habrán percatado, los falleros.Esa es la primera lección que han de aprender los funcionarios del Ayuntamiento de Valencia: los falleros son tabú. Sagrados. Intocables. Cualquier otro que moleste a sus vecinos se sentirá aplastado por el peso de la ley, pero si lo hacen los falleros no les ocurre nada, todo lo más recibirán una advertencia cariñosa acompañada de unas amistosas palmadas en la espalda. Los falleros tienen bula. Si un funcionario informa que se ha de sancionar a tal o cual Comisión fallera, no falta alguien que mande más y ponga en tela de juicio el buen funcionamiento de sus células cerebrales. "Meterse con las fallas -se escandalizará ese alguien-É ¡Tú estás loco!".


Pruebe usted a bajar a la calle, coloque en medio de la calzada cualquier obstáculo que impida la circulación de vehículos e informe al público en general que usted, porque sí, porque le apetece, acaba de prohibir el paso al tráfico rodado. Justo. Lo que está pensando. Antes de cinco minutos se hallará rodeado por decenas de policías e incluso es posible que acudan enfermeros con camisas de fuerza en sus equipajes de mano. Se cumplió la mitad del experimento. Iniciemos la otra media. Pasee por la ciudad estos días. Seguro que encuentra un montón de calles cerradas al tráfico, porque así lo quieren las comisiones falleras de turno, sin que haya agente de la autoridad que les recuerde que todavía falta buena cosa para que comience la Semana Fallera. ¿Quién va a atreverse a hacerlo si son los falleros quiénes mandan?


Hay un pulso invisible entre falleros y Ayuntamiento en que, año tras año, los falleros ganan terreno y se hacen con la ciudad cada vez por más tiempo. Cuando yo era niño había solo tres días de fallas y les aseguro que el dieciséis de marzo a las seis de la tarde un automóvil podía darse un garbeo por cualquier calle de la ciudad, porque la "plantà" no comenzaba hasta aquella misma noche. Hoy ¿qué voy a contarles que no sepan? El ayuntamiento deja de serlo a finales de febrero y no vuelve a funcionar con normalidad hasta el veinte de marzo. Entre esas fechas, la Casa grande es solo balcón para ver mascletàs, desfiles, entrega de premios y cremà de la falla fuera de concurso, y la ciudad entera queda en manos de los falleros, que no atienden a otras razones que las propias de la fiesta: fuego y ruido.


De momento la ocupación fallera dura unos veinte días, porque las fallas son muy grandes y se necesita mucho tiempo para montarlas. De acuerdo, pero eso me plantea unas cuántas preguntas.¿Serán las fallas más grandes en el futuro? ¿Se necesitará entonces más tiempo para plantarlas? ¿Seguirá el pulso Ayuntamiento-falleros a lo largo de los años? Si no cambia la tendencia actual ¿llegará el momento en que se inviertan los términos y Valencia sólo deje de ser fallera quince o veinte días? Ese camino llevamos pero, en fin, todo sea por el esplendor de nuestras fiestas josefinas.

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