sábado, 30 de junio de 2007

¿Protección? ¿Qué protección?



Tal vez exista la creencia generalizada de que proteger determinado espacio natural garantiza su conservación y la supervivencia de las especies que en él habitan. Sin embargo, para que esta salvaguarda sea efectiva se necesita un esfuerzo real por parte de un montón de funcionarios de la administración pública, de muchas ganas por parte de políticos locales y regionales y de una vigilancia casi insomne de las ciudadanitas y ciudadanitos de a pie.

Esta misma semana paseábamos por el corazón del Parque Natural de la Sierra Calderona y comprobábamos alegres cómo una pareja de águilas perdiceras (Hieraetus fasciatus) había logrado sacar este año dos pollos a los que se veía de lo más sanote y contento. Esta especie, que sólo vive en torno al mar Mediterráneo y que no es abundante en ninguno de los países donde habita, tiene en nuestros lares varios problemas que le impiden salir del Libro Rojo de las Aves de España y uno de ellos es, entre otros (como la persecución directa por parte de criadores de palomos de competición), el impacto de las aves adultas contra tendidos eléctricos.

Tenemos, entonces, un ave en peligro de extinción que habita en un Parque Natural… ¿problema resuelto? Como decíamos arriba, no basta con escribir en un papel y colocar en flamantes webs que tal sitio está protegido y que, por lógica, puede ser un espacio idóneo para mantener sus valores naturales. Apenas a 300 metros de donde veíamos evolucionar a nuestras cuatro hermosas águilas se erguían magníficas torretas de electricidad con su correspondiente cableado. Una de las torres al menos tenía los típicos cables en forma de arco que propician la electrocución de las grandes aves cuando éstas utilizan la paramenta eléctrica como posadero.

Esta falta de una adecuada atención a detalles vitales para evitar el daño a especies que no queremos que desaparezcan en entornos que queremos conservar es algo que nos pone un poco nerviosos.

NOTA:
Seguramente podríamos vivir sin águilas perdiceras, sin linces, sin mariposas Apolo; quizá el aprecio por lo silvestre es sólo una rémora de cierta concepción decimonónica de la naturaleza. Pero todo apunta que las sociedades que no respetan las cosas pequeñas y vivas acaban poniéndose al borde del precipicio:

El registro de polen muestra que la destrucción de los bosques de Pascua estaba muy avanzado hacia el año 800, sólo unos siglos después del comienzo del asentamiento humano. Entonces el carbón de leña de las fogatas vino a llenar el núcleo del sedimento, mientras el polen de palmas y otros árboles y arbustos leñosos disminuye o desaparece, y el polen de los pastos que reemplazaron los bosques se hace cada vez más abundante. No mucho después del 1400 la palma terminó de extinguirse, no sólo como resultado de su tala, sino también porque las ahora ubicuas ratas impidieron su regeneración: de las docenas de nueces de palma que se conservaron y que fueron encontradas en las cuevas de Pascua, todas habían sido mordisqueadas por las ratas y ya no podían germinar. Aunque el hauhau no se extinguió totalmente, su número bajó drásticamente, hasta que ya no fueron suficientes como para hacer sogas. Cuando Heyerdahl visitó Pascua, un único toromiro permanecía en la isla, casi muerto, e incluso ese único sobreviviente ya ha desaparecido. (Afortunadamente, el toromiro todavía crece en jardines botánicos extranjeros.) [En 2004 llegaron desde el Jardín Botánico de Londres un par de cientos de plantitas de toromiro para ser reintroducidos en la Isla de Pascua; el Proyecto es gestionado por CONAF, organismo fiscal chileno, con la colaboración de Jardines Botánicos extranjeros].



El siglo XV no sólo marcó el fin para la palma de Pascua sino que el del bosque entero. Su condena había estado acercándose a medida que las personas limpiaban la tierra para plantar sus huertos; mientras talaban los árboles para construir canoas, para transportar y levantar los moais, y para leña; mientras las ratas devoraban las semillas; y probablemente mientras los pájaros nativos iban desapareciendo, los mismos que antes polinizaban las flores de los árboles y dispersaban sus semillas al comer sus frutas. El cuadro global descrito es uno de los ejemplos más extremos de destrucción del bosque en el mundo: el bosque entero ha desaparecido, y la mayoría de sus especies de árboles se han extinguido.
La destrucción de los animales de la isla fue tan extrema como la del bosque: sin ninguna excepción, cada especie de ave terrestre nativo se extinguió. Incluso los mariscos fueron sobreexplotados, hasta que la gente tuvo que conformarse con pequeños caracoles de mar en lugar de los grandes cangrejos de antes. Los huesos de delfín desaparecieron abruptamente de los botaderos de basura alrededor de 1500; nadie podía arponear delfines ahora, porque no había grandes árboles con los cuales hacer grandes canoas marineras. Las colonias de más de la mitad de las especies de aves marinas que se reproducían en Pascua o en sus islotes vecinos desaparecieron.






NOTA 2: la foto de perdicera es de Carlos Sánchez

viernes, 29 de junio de 2007

Esas placas que nadie lee


En Segorbe hay un cerro llamado de Sopeña donde unos cuantos pinos pasan sed y al menos una ardilla pasa hambre, tal y como comprobamos ayer, contemplando cómo uno de estos roedores roía con fruición un mendrugo de pan duro a menos de un metro de un ser humano de talla mediana.

En este cerro, desde donde se contempla una buena vista de la Sierra de Espadán y no pocas barbaridades en el uso del territorio, una roca plana alberga una enorme placa de material indefinido donde a duras penas se lee una larga cita del Vizconde de Chateaubriand en la que se elogia la utilidad del Árbol. Decía la cita que el Árbol nos proporciona alimento, cobijo, mangos para las azadas y hasta el ataúd para nuestros restos mortales (y si hubiera vivido en el siglo XXI, nuestro vizconde seguro que hubiera mencionado su valor como “sumideros de dióxido de carbono”). El texto, efectista pero convincente, contemplaba al árbol como hijo del ser humano ya que éste es el que los planta y cuida… En un primer momento, y dado el talante un tanto místico y panteísta de los obreros de la Cementera, eso de decir que el ser humano fue antes que el árbol… pues que no nos caía del todo bien.

Lo cierto es que muchos de los paisajes que hoy en día consideramos prístinos y virginales –al menos en Hespaña- son en realidad fruto de una alianza extraña entre el ser humano y los árboles. Sólo algo así como el 5% de la superficie forestal de este país podría considerarse como “bosque original” y el resto ha sido y es tocada con más o menos acierto por el homínido erguido. Es como para pensar.