viernes, 29 de junio de 2007

Esas placas que nadie lee


En Segorbe hay un cerro llamado de Sopeña donde unos cuantos pinos pasan sed y al menos una ardilla pasa hambre, tal y como comprobamos ayer, contemplando cómo uno de estos roedores roía con fruición un mendrugo de pan duro a menos de un metro de un ser humano de talla mediana.

En este cerro, desde donde se contempla una buena vista de la Sierra de Espadán y no pocas barbaridades en el uso del territorio, una roca plana alberga una enorme placa de material indefinido donde a duras penas se lee una larga cita del Vizconde de Chateaubriand en la que se elogia la utilidad del Árbol. Decía la cita que el Árbol nos proporciona alimento, cobijo, mangos para las azadas y hasta el ataúd para nuestros restos mortales (y si hubiera vivido en el siglo XXI, nuestro vizconde seguro que hubiera mencionado su valor como “sumideros de dióxido de carbono”). El texto, efectista pero convincente, contemplaba al árbol como hijo del ser humano ya que éste es el que los planta y cuida… En un primer momento, y dado el talante un tanto místico y panteísta de los obreros de la Cementera, eso de decir que el ser humano fue antes que el árbol… pues que no nos caía del todo bien.

Lo cierto es que muchos de los paisajes que hoy en día consideramos prístinos y virginales –al menos en Hespaña- son en realidad fruto de una alianza extraña entre el ser humano y los árboles. Sólo algo así como el 5% de la superficie forestal de este país podría considerarse como “bosque original” y el resto ha sido y es tocada con más o menos acierto por el homínido erguido. Es como para pensar.

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