sábado, 26 de febrero de 2011

Cocheteísmo y velocifilia


El cocheteísmo es aquella religión ampliamente difundida a lo largo y ancho del solar ibérico y que consiste en idolatrar a una máquina dotada de cuatro ruedas y autopropulsada por un motor de combustión altamente ineficiente. En aras de la adoración de esta máquina se emplean decenas de millones de euros de procedencia pública para sufragar a las industrias –y a los industriales- donde estos dioses metálico-plásticos son creados. Como esta deidad es insaciable, también se le ofrendan miles de vidas humanas al año, millones de almas animales y cientos de hectáreas de espacios abiertos quedan asfaltadas ad aeternam para su más cómoda circulación.

Por si esto fuera poco, los cocheteístas también han ofrecido al Dioscoche el clima del planeta entero, recalentado por la respiración áspera de la máquina autopropulsada.

Aunque los cocheteístas son minoría en el planeta (sólo 1 de cada 10 habitantes de la Tierra cuenta con un coche propio), cuando alguien –sea ecologista, político oportunista o persona razonable- OSA sugerir limitar la actuación del coche, los creyentes cocheteístas se lanzan a un ataque furibundo contra los/as osados/as, previendo terribles consecuencias si las medidas limitantes se llevasen a cabo.

La velocifilia es un aspecto del cocheteísmo que consiste en pensar que yendo más y más rápido dentro del Dioscoche se llega mejor y más guapamente a algún lugar donde se podría haber llegado a la misma hora saliendo unos minutos antes y yendo a menos velocidad. Los velocífilos consideran que ir a altas velocidades es un derecho inalienable que pasa por encima de los derechos, vida o calidad de vida de los no velocífilos.