No, no es que estemos especialmente en contra de las fiestas populares, de la toma festiva de las calles o de entrar en contacto con nuestro lado más dionisiaco. No es que nos opongamos a ello (insistimos), es otra cosa.
Podríamos soportar unos días de jarana, de juerga pública en las calles y de petardeo continuo si el resto del año se disfrutara en nuestras ciudades de una atmósfera con un moderado nivel decibélico.
No es soportable, sin embargo, para sistema nervioso alguno, el ruido continuo del tráfico rodado, el pu-pum-trocotroc de las obras municipales o las reformas privadas, el vocerío maleducado y ebrio de los fines de semana y la puntilla matutina de los nuevos aparatos de limpieza que las empresas concesionarias del sector hacen zumbar, gruñir y crotorear antes de las 08:00 AM.
Si el ruido cotidiano de la ciudad mal gestionada (¡sí! existen otras ciudades donde el ruido ha sido acotado, acorralado, minimizado, paliado y hasta vencido) es difícil de soportar, el desenfreno festero raya lo humanamente admisible.
En este sentido, Valencia -y Alicante no le va a la zaga- es la campeona del ruido y el desenfreno sonoro. Con la excusa de la “tradición” y el “somos así” (sólo el 7’5% de la población valenciana pertenece a alguna falla), la ciudad se sumerge durante 15 días en una orgía de ruido que crispa el estado de ánimo de la mayoría de los habitantes de esta urbe, aquellos que, al contrario que unos pocos privilegiados, deben trabajar durante los días de fiesta; aquellos que son bebés y necesitan un adecuado descanso para su correcto desarrollo; aquellos afectados de migrañas (el 12% de la población española entre 14 y 55 años) o problemas de conciliación del sueño (entre un 10 y un 30% de la población). Todos estos colectivos ven como estos días, al complicado capeo del ruido habitual, han de añadir un enemigo invencible gracias al jaleo y apoyo ciego de las instituciones municipales.
Por otro lado, la citada excusa de la Tradición, una especie de señorona a la que se debe respetar mucho, se nos escapa. ¿Acaso en el siglo XVIII, cuando se supone surge esta fiesta, existían altavoces capaces de multiplicar música pachanguera hasta límites hirientes? ¿El tráfico en Valencia es el mismo hoy que en 1919, 1950 o, incluso, 1990?
En las sociedades urbanas, y no digamos en la rurales, de hace cinco o seis décadas, el ruido era una excepción. Su producción durante determinados días era una liberación, un acto de alegría y de ganas de vivir. En 2007 el ruido es una maldición cotidiana que tortura y enferma a decenas de miles de personas.
Desde La Cementera sólo proponemos dos cosas:
1) que se combata sin piedad el ruido diario, considerando su producción y sus efectos con la importancia que merecen
2) que en las fiestas populares, sobre todo en horarios nocturnos, se sustituyan los potentes equipos de sonido por las tradicionales (éstas sí) bandas de música. El sonido que producen es mucho más limitado, se fomenta la educación musical, se da trabajo durante unos días a un buen número de artistas y nos aseguramos de que, al segundo de día de fiesta, el cansancio y el abuso de comida y bebida provoquen la retirada de los músicos a horas razonables.
Podríamos soportar unos días de jarana, de juerga pública en las calles y de petardeo continuo si el resto del año se disfrutara en nuestras ciudades de una atmósfera con un moderado nivel decibélico.
No es soportable, sin embargo, para sistema nervioso alguno, el ruido continuo del tráfico rodado, el pu-pum-trocotroc de las obras municipales o las reformas privadas, el vocerío maleducado y ebrio de los fines de semana y la puntilla matutina de los nuevos aparatos de limpieza que las empresas concesionarias del sector hacen zumbar, gruñir y crotorear antes de las 08:00 AM.
Si el ruido cotidiano de la ciudad mal gestionada (¡sí! existen otras ciudades donde el ruido ha sido acotado, acorralado, minimizado, paliado y hasta vencido) es difícil de soportar, el desenfreno festero raya lo humanamente admisible.
En este sentido, Valencia -y Alicante no le va a la zaga- es la campeona del ruido y el desenfreno sonoro. Con la excusa de la “tradición” y el “somos así” (sólo el 7’5% de la población valenciana pertenece a alguna falla), la ciudad se sumerge durante 15 días en una orgía de ruido que crispa el estado de ánimo de la mayoría de los habitantes de esta urbe, aquellos que, al contrario que unos pocos privilegiados, deben trabajar durante los días de fiesta; aquellos que son bebés y necesitan un adecuado descanso para su correcto desarrollo; aquellos afectados de migrañas (el 12% de la población española entre 14 y 55 años) o problemas de conciliación del sueño (entre un 10 y un 30% de la población). Todos estos colectivos ven como estos días, al complicado capeo del ruido habitual, han de añadir un enemigo invencible gracias al jaleo y apoyo ciego de las instituciones municipales.
Por otro lado, la citada excusa de la Tradición, una especie de señorona a la que se debe respetar mucho, se nos escapa. ¿Acaso en el siglo XVIII, cuando se supone surge esta fiesta, existían altavoces capaces de multiplicar música pachanguera hasta límites hirientes? ¿El tráfico en Valencia es el mismo hoy que en 1919, 1950 o, incluso, 1990?
En las sociedades urbanas, y no digamos en la rurales, de hace cinco o seis décadas, el ruido era una excepción. Su producción durante determinados días era una liberación, un acto de alegría y de ganas de vivir. En 2007 el ruido es una maldición cotidiana que tortura y enferma a decenas de miles de personas.
Desde La Cementera sólo proponemos dos cosas:
1) que se combata sin piedad el ruido diario, considerando su producción y sus efectos con la importancia que merecen
2) que en las fiestas populares, sobre todo en horarios nocturnos, se sustituyan los potentes equipos de sonido por las tradicionales (éstas sí) bandas de música. El sonido que producen es mucho más limitado, se fomenta la educación musical, se da trabajo durante unos días a un buen número de artistas y nos aseguramos de que, al segundo de día de fiesta, el cansancio y el abuso de comida y bebida provoquen la retirada de los músicos a horas razonables.
2 comentarios:
Vivo en la ciudad que tiene más fallas por habitante ganando a Valencia, siempre he pensado que la fiesta fallera en sí es preciosa (monumentos falleros, trajes tradicionales, bandas de música, castillos de fuego, mascletaes) pero el incivismo de l@s faller@s es muy desagradable, dejan suciedad por todos los sitios, toman la ciudad como si el resto no fuésemos ciudadan@s que pagan religiosamente sus impuestos, sufriendo su mala educación y desprecio a quienes no queremos participar de su incivismo y se lo hacemos notar, sin dejar de lado la contaminación que provocan porque han dejado de fabricar las fallas de forma tradicional que siempre había sido con madera y cartón ...
Bueno, y tantas otras cosas que sufrimos la ciudadanía de a pie en estos días previos a las fiestas falleras porque ya está la ciudad llena de ruídos (tanto de petardos como de vocerío a cualquier hora del día o noche) y cortes de calle porque sí.
Salut, Myrtus
Ciertamente, no hay nada como el olorcillo de la pólvora después de una mascletà o participar en la típica "banyà" de las hogueras alicantinas (no sabemos si en la provincia de Valencia se hace. Como apuntábamos en el post, no nos parece mal la fiesta en sí, si no, como bien apuntas el incivismo falleril y, sobre todo, que además de las Fallas, haya que tragarse la pre-falla y la post-falla!!
La Cementera
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