viernes, 16 de febrero de 2007

Daños colaterales


La tortuga laúd (Dermochelys coriacea) es un magnífico reptil que puede superar los dos metros y medio de longitud y cuyas áreas de nidificación se encuentran en Surinam, Guyana, México, Costa Rica y algunas zonas del sudeste asiático. Toparnos con la bella laúd en el Mediterráneo siempre es un hecho excepcional (aunque no extremadamente raro) ya que este pequeño mar no entra dentro de las veredas marinas que este quelonio utiliza habitualmente en sus migraciones.

Sin embargo, el pasado 30 de enero, se encontraba en una playa de Pilar de la Horadada (Baix Segura) un ejemplar moribundo de tortuga laúd. El animal presentaba profundas heridas causadas por una malla de plástico naranja de las que se usan para la protección de obras. Dada la gravedad de su estado, los técnicos de la Conselleria de Territori i Habitatge que la rescataron no pudieron hacer nada por salvar su vida. Se trataba de un magnífico ejemplar hembra de 206 centímetros de envergadura, metro y medio de longitud y 175 kilos de peso.

Este hecho nos obliga a plantear una duda razonable: o hay muchas laúdes en nuestras costas -¿atraídas quizás por nuestra magnífica oferta de amarres de lujo?- o lo que tenemos es un mare nostrum plagadito de deshechos plásticos que actúan como auténticas minas anti-fauna.

Hubo una época en que se puso muy de moda el prestar especial atención a las anillas de plástico que agrupan los botes de refrescos. Desde las agrupaciones ecologistas se instaba a los consumidores a desactivar estas trampas de plástico cortando las anillas antes de arrojarlas a la basura. Fotos de gaviotas, delfines y gaviotas con picos y morros trabados contribuyeron a que miráramos con aprensión los linieres de cocacolas del supermercado de la esquina.

La campaña debió surtir su efecto porque hasta los Simpsons dedicaron un ácido y genial episodio al tema. En el capítulo en cuestión el malvado señor Burns recicla aros de plástico para capturar animales marinos y convertirlos posteriormente en aceite industrial marca “Lisa”.

Suponemos, puesto que no hemos encontrado datos fiables, que aros y bolsas de plástico siguen asfixiando en silencio a infinidad de reptiles, aves y mamíferos marinos (quizá en número minúsculo comparado con las bajas producidas por nuestras artes de pesca masiva), pero la muerte de la malograda laúd de Pilar de la Horadada nos ha brindado la oportunidad de hablar de los “daños colaterales” del desaforado urbanismo mediterráneo.

El tsunami de cemento y corrupción que recorre nuestras costas viene siendo analizado en los últimos tiempos desde múltiples perspectivas, aunque siempre quedan algunos ámbitos que suelen no ser atendidos con la importancia que merecen, quizás porque es mucho más impresionante –y dolorosa- la imagen de una urbanización plantada donde antes había un algarrobal, un acantilado o un pinar.

Pero, ¿de dónde sale el cemento que nutre urbanizaciones y puertos deportivos? ¿Qué daños produce la extracción y/o producción de los materiales de construcción? ¿Cuál es la mina infinita de la que se extrae la arena con la que se “regeneran” las playas forzadas a la regresión? ¿Qué pasa con las toneladas de residuos generadas por el sector de la construcción? ¿Sobre qué algarrobal, acantilado o pinar yacen los escombros que producimos?

Así, una nueva promoción en Denia puede estar directamente vinculada con la desaparición del Águila perdicera en Alicante o Monóvar, o con el incremento de las emisiones de NOx en San Vicente del Raspeig. O con la muerte de una tortuga laúd que nació en el Caribe y se topó con una malla naranja, de ésas que se utilizan para vallar las obras, en aguas del Baix Segura.

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