sábado, 19 de julio de 2008

Valencia: ruido, ruido, ruido

Lo que se ve y se oye en el vídeo -si es que hemos logrado colgarlo bien- es lo que se ha oído y visto esta mañana, la del sábado 19 de julio (2008, claro), a las 08:00, desde un 6º piso del centro de Valencia. Llevamos una semana con el tema. A eso de las siete y media de la mañana llega un equipo de limpieza compuesto de un silencioso operario con escoba, una operaria con un soplador de mochila que hace un ruido del demonio y otro/a operario/a montado en ese aparato autoportante inventado en el infierno que aparece en las imágenes y que se supone sirve para limpiar las calles.


Parece que el GRAN problema son las flores de las Tipuanas, esos árboles que se ven en el vídeo: la época de la floración está pasando y las flores caen al suelo, alfombrando de amarillo las calles. El caso es que hay alguien en el ayuntamiento de Valencia, o en la empresa de limpieza, que piensa que eso es un problema, cuestión que es opinable. Lo que no es de cajón es que para quitar las flores haya que montar un escándalo a las siete y media de la mañana. Sobre todo si el barrio donde se efectúa la limpieza es una zona de marcha nocturna, en el que suele haber bastante ruido hasta las tantas, pese a la declaración de Zona Acústicamente Saturada (ZAS).


Hilando más fino, y aparte de esta pataleta de vecino perturbado en su -merecido-descanso, desde un punto de vista "ambiental" (ponemos comillas, que conste) realizar la limpieza de las calles contaminando acústica y atmosféricamente como que no es muy... "sostenible" (más comillas, más comillas). Es más, nosotras, que tenemos algo de luditas, optaríamos por contratar a cuatro o cinco operarios más con escobas y tiraríamos al reciclaje la maquinita limpiadora y el sopladorcito de mochila.




lunes, 7 de julio de 2008

La última paloma y el atún

El desmejorado aspecto que presenta el ave de la foto no se debe tanto a la impericia del fotógrafo como a que el animalito lleva más de un siglo muerto y relleno de guata. Se trata de un ejemplar disecado de Paloma Migratoria (Ectopistes migratorius) que encontramos expuesto en el Museo de Historia Natural de Iowa City, en Estados Unidos. La cita colocada junto a la paloma pertenece al prestigioso naturalista y excelente pintor John James Audubon y en ella se relata cómo Audubon pudo contemplar una bandada de 15 millas de longitud.


Hasta el último cuarto del siglo XIX, esta paloma de grácil aspecto fue extremadamente abundante, aunque la persecución a la que fue sometida para consumir su carne o triturarla como pienso para cerdos provocaron un declive espectacular que terminó con la extinción de la especie en 1914. Otra causa que coadyuvó a su desaparición fue el enorme cambió que sufrieron los ecosistemas americanos en apenas un siglo: los bosques que servían de lugar de nidificación para esta especie fueron talados para ser sustituidos por interminables plantaciones de cereales.
La extinción de la Paloma Migratoria muestra cuán eficaz puede ser nuestro nivel de depredación y la absoluta falta de previsión que parece dirigir los impulsos de determinados proyectos humanos. Y no se trata sólo de los excesos del acelerado siglo XIX; hoy en día seguimos considerando infinitos recursos faunísticos que están dando sus últimas boqueadas, como el Atún Rojo, víctima de una gestión ciega y sin sentido de los países que cuentan con este animal entre su fauna marina. Desde el año 2000 se ha reducido el número de atunes pescados hasta el 85%, según estudios de la FAO, sin embargo, la medida más contundente tomada hasta ahora por la UE ha sido adelantar quince días el fin de la campaña de pesca, justo cuando ya se ha capturado casi todo el atún pescable. Pese a las acusaciones al voraz mercado japonés, las flotas combinadas de la UE sobrepasaron en un 25% las cuotas de pesca de atún durante el año pasado.